La vida está llena de puertas, ya lo sé, si encuentro una hay que atravesarla.
El lugar dónde me encuentro ya no es mi lugar. La puerta me invita a entrar, es la vida que me llama, que me incita a avanzar.
Del otro lado, el desconocido. Y el miedo que me quiere parar. No pasa nada, me llevo el miedo, le doy la mano, no dejo que me diga “no”. El miedo que conozco es un alerta, un bálsamo que me mantiene despierta.
Del otro lado soy extranjera. Y hay lucha por encajar. No pasa nada, me llevo la extranjera en el corazón.
No lucho, no pertenezco, solo en el alma, solo a la Tierra, y encuentro conexión.
Sin lucha hay dolor, pero no resisto, lo siento todo, en la palma de mi mano. Toco la luna, encuentro la memoria y recibo la certeza de mi naturaleza. Recibo mi lugar.
Abro las manos, entrego el dolor. Como liberando peces en el agua del mar. Como el árbol que suelta sus hojas para que el invierno pueda llegar.
Suelto, porque sé que todo vuelve. Muero, porque hay otra vida que quiere comenzar. Atravieso la puerta para encontrármela.
El desconocido es un lugar salvaje, y en la selva hay que ser fiera. Toda instinto y presencia, desnuda de reglas, de obediencia.
Puede que aquí dónde soy extranjera encuentre la certeza, la esencia de mi naturaleza.
Que oiga todos los silencios, que venere todos los misterios.
Que me bañen nuevos colores, que me llenen de sabores. Y que de mi piel en la tierra nazcan flores.
La belleza no es tuya, es hija del Deseo. Confío, por fin. Celebro el éxtasis de todas las mujeres en mí. Digo que sí y lanzo mi voz. Espero que llegue a ti.
Atravieso esta puerta y, sin lugar, descubro donde tengo que estar.
Aquí no hay nada a perder, no hay nada que me canse. Entrego, recibo, un deseo sin fin … toda esta vida a mí alcance.
Versión original:
«Na selva vestida de mim»
A vida está cheia de portas, já sei, se encontro uma, há que atravessar.
O lugar onde me encontro, já não é o meu lugar. A porta convida-me a entrar, é a vida que me chama, que me incentiva avançar.
Do outro lado, o desconhecido. E o medo que me quer parar. Não faz mal, levo o medo, dou-lhe a mão, não deixo que me diga “não”. O medo que conheço é um alerta, um bálsamo que me mantém desperta.
Do outro lado sou estrangeira. E a luta por encaixar. Não faz mal, levo a estrangeira no coração. Não luto, não pertenço, só na alma, só à Terra, e encontro conexão.
Sem a luta vem a dor, mas não resisto, sinto tudo na palma da mão. Toco a Lua, encontro a memória e recebo a certeza da minha natureza. Recebo o meu lugar.
Abro as mãos, entrego a dor. Como se libertasse peixes nas águas do mar. Como a árvore larga as folhas para que o inverno possa chegar.
Largo, porque sei que tudo volta. Morro, porque há outra vida que quer começar. Atravesso a porta para a encontrar.
O desconhecido é um lugar selvagem, e na selva há que ser fera. Toda instinto e presença, despida de regras, de obediência.
Talvez aí onde sou estrangeira encontre a certeza, a essência da minha natureza.
Que ouça todos os silêncios, que venere todos os mistérios.
Que me banhem novas cores, que me encham de sabores. E que da minha pele nua na terra nasçam flores.
A beleza não é tua, é filha do Desejo. Confio, por fim. Celebro o êxtase de todas as mulheres em mim. Digo que sim e lanço a minha voz. Espero que chegue a ti.
Atravesso esta porta e, sem lugar, descubro onde tenho de estar.
Aqui, não há nada a perder, não há nada que me canse. Entrego, recebo, um desejo sem fim… toda a vida ao meu alcance.
Pintura «El sueño», de Henri Rousseau