Este verano vuelvo a “El Camino del Artista”.
Me zambullo en el primer capítulo y empiezo a mirar las creencias que influyen en la forma como me relaciono con la creatividad – creencias transmitidas a nivel cultural, social, familiar, etc. Chapoteando en las aguas frías y turbias de las creencias que impiden la expansión creativa, me encuentro un pez, de los que pican y hacen daño – la creencia de que “la práctica artística no sirve para nada.”
Debe ser una de esas perlas transmitidas de generación en generación, pues me viene inmediatamente la imagen de la niña artista que pintaba y dibujaba todo el día.
Pero un día la niña crece y la artista de enfronta a la cuestión «¿Qué lugar debe ocupar la expresión artística en mi vida?»
Aquí es dónde algunos artistas empezamos a intentar que nuestra práctica artística sirva para algo”, o sea, que tenga una utilidad. Así, aquello que durante mucho tiempo hacíamos por curiosidad, juego y placer, empieza a sufrir ciertas presiones.
En “Big Magic”, su libro sobre el proceso creativo, Elisabeth Gilbert habla de los peligros de exigirnos determinados resultados a nuestra creatividad, como esperar que sea nuestro sostén económico o fuente de reconocimiento. Y como en cualquier relación, cuando empiezan a surgir presiones y exigencias, todo deja de fluir.
Estos días me inspiró ver mi sobrina de 5 años en plena práctica artística. Un día encontró mis cartas con imágenes de sirenas y, después de mirar atentamente cada una de las 56 imágenes, dice “Yo también se pintar sirenas”. Le ofrecí papel y ceras que se pueden utilizar con agua.
Y ella estuvo casi dos horas estirada en el suelo pintando su sirena y todos los animales acuáticos que la acompañan – experimentando todos los colores, explorando distintas maneras de pasar el color al papel ( consciente que estaba probando y que hay muchas maneras de pintar con las ceras), y jugando con los efectos del agua mientras hablaba sin parar.
El mito de la sirena es muy buena metáfora para la vida creativa. El mundo exterior despierta la curiosidad y queremos pertenecer a él. La cuestión es poder encontrar la manera de “estar fuera” y participar sin creer que hay que abdicar de nuestra voz. Sin comprometer nuestra capacidad de expresión esencial. Como dice Monique Grande en “Feminitud”, “Ya no tenemosque perder la voz para usar nuestras piernas.”
La creencia que “la práctica artística no sirve para nada” es al final el mensaje de que para tener derecho a un lugar en el mundo tenemos que ser productivos – o sea, no dejar el rebaño y cumplir con las obligaciones que se esperan de nosotros.
Una práctica artística no solamente nos mantiene conectados con nuestra singularidad sino que la alimenta. El arte es transgresor. Por eso nos hacen creer que no sirve para nada. Porque cuando los artistas podamos dar el debido valor a nuestra práctica – sin estar pendientes del reconocimiento, aceptación o permisión del mundo – seremos catalizadores de transformaciones. Tal como lo son y fueron todos los artistas que nadaron en las aguas de su creatividad sin permitir que las creencias los asustaran o disuadieran de esos profundos buceos.